E aquí... La historia que no se cuenta
Cansadas de príncipes y princesas, de amores de película y de “fueron felices para toda la vida”, aquí os traemos la otra cara de la historia de Activamentex, la que no se cuenta, que no es mejor, ni peor, sino la parte que faltaba a la entrada anterior de este blog.
Érase una vez una graduada en trabajo social, a donde fue a parar tras toda su infancia pensar que acabaría en una carrera científica. Y no es por minusvalorar, pero desgraciadamente el sesgo aquí está: “los mejores estudiantes no pueden acabar ni en ciclo superior, ni en sociales y mucho menos en humanidades…”
Si volviera a nacer cuánto pondría en duda esta cuestión y quizá tomaría más libremente mi elección.
Por tanto… ¿Casualidad o causalidad? En todo caso, cada día más claro, que fue condicionado por la exigencia del profesorado y de su entorno más cercano, cuando se empezó a concienciar que no alcanzaba su capacidad a una psicología, biología o endocrinología.
Eso de convertir al alumnado en simplemente “números ordinarios” nunca ha funcionado.
Así pues –con un grado y sin saber que hacer- a distancia se puso a estudiar un máster del que poco sacó resultado, puede que lo mismo que del grado. Mas viviendo en un entorno rural, donde los servicios se empeñan en querérselos llevar para lo urbano sobrepoblar, la opción de emprender por su lado fue… Cuestión: ¿Una elección o más bien una obligación?
Solución: tras repetidas oposiciones donde pudo ver las injustas condiciones entre sus competidores, ya se sabe joven, sin experiencia y sin oportunidades para tenerla, o estudias más o no entrarás.
El camino hacia emprender tampoco es lo que un trabajador por cuenta ajena pueda creer.
Para ella fue como nacer en un mundo desconocido, además prácticamente sola y hacia ningún claro destino. Donde nunca pisas firme y segura porque muchas veces, no sabes ni por donde vas y, parece que siempre, “sí saben por donde podrías haber ido, pero no cogiste el buen sentido”.
Y de este modo, empezó por gatear y al poco, sin ni siquiera saber andar, aprendió que, en esta sociedad, o corres o te aplastarán. Máxima seguridad, ya sabes, “te tienes que valorar y creer y crear, y reciclar e innovar…” Y de este modo, como cualquier autónomo, pasó de ser trabajadora social a cualquier profesión que se pueda uno imaginar: administrativa, diseñadora, profesora, escritora, cuidadora, pintora, vendedora… o cualquier otra cosa.
Luego fueron pasando los años, años que irremediablemente la fueron quemando. El continuo contacto humano o eso de dar buena imagen todo el rato. El tener que demostrar lo que vale de una forma constante y sin olvidar el luchar por seguir trabajando. El pasar de lo social a lo puramente laboral y llegar a olvidar qué es lo que la motivó a empezar.
Resultando una sensación que todavía está: la de una trabajadora social, cada vez más trabajadora, cada vez menos social. Lo que algunos probablemente denominarán como un síndrome de cuidador quemado de manual.
Y entre tanto, tomando decisiones de personas grandes: ¿Se quedaba con lo que tenía, no crecía, se conformaría y aceptaría lo que ello suponía? Y entre tanto, rutina de cada día. ¿O, añadía a alguien al equipo y ganaba en salud, tiempo y autonomía?
Al menos, eso creía…
El cómo hacerlo, da para otra entrada de blog, pues el sistema ni ayuda ni favorece la contratación. Pero por ir resumiendo…
Ahora, en un momento de reconexión, una de las protagonistas de esta historia, aquí sigue escribiendo, pues sigue creyendo, creando y creciendo.
Creyendo en que puedo crear un mundo mejor, donde seguir creciendo personal y profesionalmente por, con y para “nuestros mayores”.